Pérdida temprana de un bebé y la salvación

Uno de los miembros de mi congregación hizo esta pregunta:

¿Qué sucede con los bebés abortados/que nacen muertos o niños pequeños que mueren demasiado jóvenes para profesar su fe?

La pregunta tiene que ver con los cristianos y la pérdida temprana de bebés.  Esto es algo que muchos de nosotros (incluyendo mi esposa y yo) hemos experimentado.  Muchos de nosotros hemos perdido hijos del pacto antes de que respiraran fuera del vientre.  Algunos de nosotros también hemos perdido hijos del pacto después de nacer.  Todas estas pérdidas son dolorosas.  Cuando tienes un niño en el útero, o un recién nacido en la cuna, tienes esperanzas y sueños para él o ella.  La pérdida temprana de un bebé a menudo es difícil, tanto para las madres como para los padres.

 ¿Qué sucede con las almas de estos bebés?  ¿Qué les sucederá en la resurrección cuando Cristo regrese?  Los cristianos deben recordar que Dios tiene un pacto de gracia con ellos; este pacto incluye a nuestros hijos. El Espíritu Santo dice en 1Corintios 7:14 que el hijo de un solo cónyuge creyente es santo.  Ese es el lenguaje del pacto (cf. Dt 7:6).  Cuando tales niños son sacados de este mundo en su infancia, los padres cristianos no necesitan dudar de su destino final.  No debemos dudar de su elección y salvación.  De hecho, podemos y debemos tener confianza como David en 2Samuel 12.  Cuando murió el niño que había sido concebido en esa relación adúltera con Betsabé, David expresó su confianza en que este niño iba a estar con Dios.  Él dijo en 2Samuel 12:23: «Yo voy a él, mas él no volverá a mí».  David estaba seguro de que cuando muriera, se reuniría con su hijo. Esa sólida confianza proviene del pacto de gracia que Dios hace con los creyentes y sus hijos.

Los Cánones de Dort también hablan del tema.  Esto es lo que las iglesias reformadas confiesan basados en las Escrituras:

Debemos juzgar con respecto a la voluntad de Dios según su Palabra, que declara que los hijos de los creyentes son santos, no por naturaleza, sino en virtud del pacto de gracia en el que están incluidos con sus padres. Por lo tanto, los padres temerosos de Dios no deben dudar de la elección y salvación de sus hijos a quienes Dios llama de esta vida en su infancia. (Cánones de Dort 1.17)

 Para ser claros, no enseñamos que la salvación es algo automático para todos los hijos de los creyentes.  En circunstancias normales, un niño del pacto crece y alcanza una edad de responsabilidad (que varía de un niño a otro).  Entonces se vuelven responsables de creer las promesas del evangelio de Dios para sí mismos y, si no lo hacen, enfrentarán el juicio del pacto de Dios.  Los cánones 1.17 hablan de la circunstancia excepcional (para nosotros) en la que un niño no crece y nunca se enfrenta a la responsabilidad personal de arrepentirse y creer.  En esa circunstancia, debido a las misericordias del pacto de Dios, creemos que la fe de los padres cubre al niño.

 ¡Qué consuelo nos da cuando enfrentamos la tragedia de la pérdida temprana de un bebé!  Nuestros hijos pertenecen a Dios y si son llamados a salir de esta vida en su infancia, en su gracia los lleva a casa para Sí mismo.  Ese niño pequeño que perdiste está ahora en la presencia de Dios, alabándolo con sus ángeles y esperando el día de la resurrección. Cuando Cristo regrese, ese niño será resucitado perfecto y glorificado, para pasar la eternidad en los cielos nuevos y la tierra nueva.  Dios tomó a tu hijo directamente para Sí mismo, evitándole tener que soportar el quebrantamiento de este mundo bajo la maldición.  Fue una pérdida para ti y duele.  La muerte es un enemigo y no pertenece a este mundo.  Sin embargo, aquí también podemos decir que Cristo ha vencido a la muerte y eliminado su aguijón. Podemos dolernos y lo haremos, pero no debemos afligirnos como aquellos que no tienen esperanza. Nuestra esperanza está en Dios y en sus promesas del evangelio para nosotros y nuestros hijos.

Lectura recomendada: Little One Lost: Living with Early Infant Loss, Glenda Mathes, Grandville: Reformed Fellowship Inc., 2012.

Traductor: Valentín Alpuche