«Mira Rose, hay un rastro de sangre. Debería seguirlo. ¿Qué pasa si alguien ha sido apuñalado?». Mi esposa y yo estábamos sentados en el aeropuerto de Brisbane pasando el tiempo, esperando nuestro vuelo a Vancouver. Fue entonces cuando noté las grandes gotas de sangre en el piso del aeropuerto que conducían hacia los baños. Rose me desanimó de seguir la sangre, sugiriendo que podría tener que ver con alguna situación embarazosa. Casi siempre escucho la sabiduría de mi esposa sobre tales cosas, así que me quedé sentado.
Solo un par de minutos después, viniendo de la dirección de los baños, noté a un hombre tropezando, apenas manteniéndose de pie. Tenía una fea contusión en la cara y sangre goteando de un dedo cortado. No parecía borracho, se veía mucho peor, como alguien que estaba teniendo un derrame cerebral. Otro pasajero y yo corrimos hacia él y lo llevamos a una banca. Después de sentarlo, llamé al 000, el equivalente australiano del 911. Esto era claramente algún tipo de emergencia médica. Enviarían paramédicos lo antes posible.
El hombre magullado y sangrando estaba bastante confundido. Finalmente pudo decirnos algunas cosas. Era un canadiense expatriado regresando de una visita. El día anterior había estado en su bicicleta y sufrió una mala caída. Solo podíamos adivinar que tenía algún tipo de lesión en la cabeza como resultado, tal vez una conmoción cerebral, tal vez algo peor. Parece que se había caído de nuevo en el baño y probablemente fue entonces cuando se cortó.
Finalmente, el personal de la aerolínea notó la conmoción y se involucró. Mientras tanto, nuestro hombre herido insistía en que tenía que subir al avión para ir a Vancouver. Dijo que se sentía bien para viajar. Tanto nosotros como el personal de la aerolínea le dijimos que no iría a ninguna parte. No era seguro viajar para él. Si has tenido una lesión en la cabeza, el último lugar donde quieres estar —cuando la lesión empeore— es a 10 000 metros de altura en medio del Océano Pacífico. Y nadie le gustaría una parada no programada en Vanuatu, Fiyi o Honolulu. Mientras continuaba insistiendo en que se iba a subir al avión, el personal de la aerolínea insistía aún más en que no lo haría. Una vez que llegaron los paramédicos, lo llevaron a un hospital local para que lo revisaran. Canadá tendría que esperar.
En cuanto a mí, tenía 13 horas para sentarme y pensar en el drama en el que acabábamos de estar involucrados. Pensé: «Es una locura que este tipo todavía pensara que estaba bien para volar. Era totalmente irracional. Cualquier persona normal podía ver que estaba mal. Pero no podía verlo. Pensó que estaba bien».
Se me ocurrió la idea de que esto se parece mucho a la irracionalidad del pecado y los pecadores. Hay algo peligrosamente malo con los pecadores no regenerados. Tienen una condición que amenaza su existencia por la eternidad. Pero aún así insisten en que están bien. No hay nada malo. Están bien para volar, por así decirlo. Mientras tanto, están cegados a la realidad de su difícil situación. Es como lo que dice 1Corintios 2:14: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente». Una de las «cosas del Espíritu de Dios» es que somos pecadores y necesitamos que Jesucristo nos rescate de nuestro pecado y sus consecuencias. En nuestro estado natural, estamos ciegos a eso. Eso es una locura, sin sentido, irracional.
Sólo cambia por medio del Espíritu Santo. Él despeja la niebla espiritual y la negación tonta. Él nos da «la mente de Cristo» (1Corintios 2:16). Él renueva nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos pensar con sensatez. Él obra de manera que cuando alguien se acerque y diga: «Algo está mal contigo, pero conozco a alguien que puede ayudarte», lo aceptemos.
Cuando te encuentras con un compañero pecador tropezando por este mundo herido y en graves problemas, tú puedes ser el que diga: «Necesitas ayuda». Tú puedes ser el que se acerque y sea el instrumento de Dios para salvar una vida. Es una locura cuando las personas no aceptan la ayuda que realmente necesitan. Es una locura cuando la gente insiste en que están bien cuando claramente no lo están. Pero todavía tenemos que intentarlo. El amor de Cristo nos obliga.
Traductor: Valentín Alpuche