Esta pregunta es interesante porque se puede plantear de dos maneras diferentes. Por un lado, podríamos preguntarnos si los cristianos deberían ser gruñones. Por otro lado, podríamos preguntarnos si los cristianos son, de hecho, a veces personas gruñonas. Analizaré ambos aspectos.
Empecemos por la segunda. ¿Es posible que alguien sea un auténtico cristiano y sea un cascarrabias, o al menos que se le perciba así? Cuando leo el libro de Job, no tengo la impresión de que Job estuviera especialmente alegre mientras sufría tan horriblemente. Job era un creyente del Antiguo Testamento e incluso las promesas que los creyentes del Antiguo Testamento abrazaban (apuntando hacia Cristo) darían motivos para alegrarse. Job tenía fe, tenía esperanza, pero sin embargo sus palabras retratan a alguien que está más bien sumido en la penumbra.
Lo mismo ocurre cuando leemos los Salmos. Muchos de los Salmos son lamentos: oímos a creyentes cantando con tristeza y desaliento. El ejemplo clásico es el Salmo Tenebroso, el Salmo 88. Lo escribió Hemán el ezraíta y no parece nada alegre. Adecuadamente, la última palabra del salmo, tanto en hebreo como en español es tinieblas. Puesto que este salmo es la Palabra de Dios, Dios mismo está validando esta experiencia, no condenándola.
A menos que estemos sufriendo con una gran sonrisa en la cara y saltando de gozo, sería fácil para otra persona concluir que estamos de mal humor. Es difícil sufrir con una sonrisa: cuando Cristo sufrió el infierno en la cruz, ni siquiera Él sonreía. Ya sea que el sufrimiento que experimentamos sea mental, físico o circunstancial, no es fácil tener una sonrisa en el rostro y fingir que no pasa nada. Así que sí puede ocurrir que un cristiano esté malhumorado —o parezca malhumorado — debido al peso del sufrimiento que está soportando. Tengamos cuidado al juzgar a los «cristianos gruñones» porque no siempre sabemos qué cargas llevan otras personas sobre sus hombros.
Pero ¿deben ser los cristianos personas gruñonas? Bueno, ¿qué sería lo contrario de gruñón? Podríamos pensar que es ser alegre. Pero con eso, limitamos el gozo o alegría a nuestras expresiones externas. Ahora bien, definitivamente hay casos en las Escrituras donde vemos expresiones externas de felicidad entre los creyentes, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Ciertamente, el Evangelio nos da todas las razones para estar alegres: ¡son noticias de gran gozo!
Sin embargo, la imagen bíblica del cristiano ideal es más compleja. La alegría es realmente lo que se nos presenta como meta. La alegría es una especie de profunda satisfacción que no puede ser quebrantada por nuestras circunstancias. Es la sensación de que, aunque no pueda entender lo que me pasa, conozco a alguien que me ama y que sí lo entiende. La alegría cristiana es un fenómeno tranquilizador: podemos descansar sabiendo que, incluso en nuestro sufrimiento, estamos en las buenas manos de nuestro Padre amoroso. Esta es la alegría que el apóstol Pablo ejemplifica en Filipenses. Aunque está en la cárcel y es duro, se goza y anima a los cristianos filipenses a hacer lo mismo.
La Biblia es realista sobre la vida. No pasa por alto el hecho de que hay sufrimiento y dolor en este mundo quebrantado. Pero también ofrece alegría en medio de la turbulencia. En Gálatas 5, la alegría o gozo se describe como una dimensión del fruto del Espíritu Santo. El gozo viene de Dios, se basa en el Evangelio y el Espíritu Santo la produce en nuestros corazones. En un par de lugares (Romanos 15:13, Colosenses 1:12), Pablo ora por el gozo de sus hermanos y hermanas. Así que cuando estamos en una prueba y el sufrimiento es duro y la alegría parece haberse esfumado, podemos y debemos orar para que vuelva. Nunca debemos conformarnos con estar malhumorados. Con la ayuda del Espíritu Santo, es posible decir cuando sufrimos: «Ahora mismo es muy duro para mí. Pero Dios sigue siendo bueno y me sigue amando —dio a su Hijo por mí — y eso me da una alegría inefable».
Traductor: Juan Flavio de Sousa