Algunas personas podrían sentirse tentadas a descartar la doctrina de la creación como un asunto secundario. Pero eso sería un error tonto e incluso fatal. La doctrina de la creación importa enormemente porque la realidad de nuestra redención depende de lo que sucedió al principio (por ejemplo, Romanos 5:18-19, 1Corintios 15:21-22). Es una parte esencial de la cosmovisión cristiana. Tristemente, la doctrina de la creación está bajo ataque, también por parte de aquellos que profesan ser cristianos.
El tiempo de la creación
Génesis 1:1 indica que Dios creó los cielos y la tierra «en el principio». En Marcos 10:6, nuestro Señor Jesús también dijo que Dios creó a la humanidad «al principio». Los eventos de la creación tuvieron lugar al comienzo del universo. Tuvo lugar en el transcurso de seis días ordinarios (cf. Éxodo 20:11). Además, si miramos las genealogías proporcionadas en Génesis, incluso si permitimos algunas brechas, está claro que la Biblia enseña que todo esto sucedió hace miles de años, no millones o miles de millones; probablemente hace menos de 10,000 años, y tal vez tan pronto como unos 6000 años.
La Manera de la Creación
Las Escrituras hablan de varias maneras de como Dios creó. Hebreos 11:3 nos dice que Dios creó todo lo que existe de la nada (ex nihilo es la expresión latina que a veces se usa). No había materia preexistente que hubiera usado para crear. Juan 1:3 nos dice que Dios creó a través de la Palabra/Logos. Eso significa que el Padre dio instrucciones al Hijo de Dios para dar forma al universo y todo lo que hay en él. Finalmente, cuando se trata de la humanidad, la Biblia nos enseña que Adán fue creado del polvo (Génesis 2:7) y Eva fue creada de la costilla de Adán (Génesis 2:21-22). No hay una buena razón para tomar esas descripciones como algo más que literales.
Lo que Dios creó
Dios creó el universo material con todo lo que contiene, incluyendo al hombre en el sexto día como el pináculo de su obra creadora. Pero Dios también creó el reino espiritual. En particular, creó los ángeles. Originalmente fueron creados buenos, como siervos de Dios y de la humanidad. Sin embargo, guiados por Satanás, algunos de estos ángeles cayeron y se rebelaron contra Dios (Judas 6) y ahora son conocidos como demonios. Es importante recordar que los ángeles son meras criaturas: no están presentes en todas partes, no son omniscientes o todopoderosos. Tienen las limitaciones que tienen todas las criaturas. Eso también se aplica a Satanás. Aunque es poderoso y astuto, nunca debe ser considerado como el gemelo malvado de Dios.
El propósito de la creación
Nada en la creación carece de propósito o sentido. Las Escrituras enseñan que Dios tiene un propósito y significado para todo. Lo más importante de todo, todo ha sido creado para proclamar la gloria de Dios (Romanos 11:36). Todo lo creado está destinado a apuntar a su majestad trascendente.
Providencia
La doctrina de la providencia a menudo se adjunta a la doctrina de la creación porque ambas hablan de lo que Dios ha hecho. La doctrina de la creación habla de los orígenes del universo. La doctrina de la providencia habla acerca de cómo Dios continúa sosteniendo todo lo que ha creado. Confesamos la completa soberanía de Dios sobre todas las cosas. Él gobierna y mantiene su creación hasta sus detalles más finos, incluso los cabellos de nuestra cabeza (Mateo 10:30). Muchos cristianos no tienen dificultad en confesar esto cuando se trata de cosas que experimentamos como buenas y positivas. Sin embargo, es bastante diferente cuando se trata de cosas que experimentamos como malas o difíciles. Sin embargo, las Escrituras enseñan que Dios trae adversidad, así como prosperidad (Deuteronomio 32:39, Lm 3:37-38, Isaías 45:7, Sal 60:1-4 y muchos más). Él promete que sacará el bien de las pruebas que experimentamos (Romanos 8:28). Si alguna vez dudamos de que Dios puede traer el bien del sufrimiento, necesitamos mirar una y otra vez a la cruz. Allí vemos cómo Dios puede obrar el bien infinito del sufrimiento infernal. Lo hizo entonces y continuará haciéndolo en nuestras vidas también. ¡Puedes confiar en tu Padre!
Traductor: Valentín Alpuche