Unción y predicación

Traductor: Valentín Alpuche

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La unción es un tema que no se discute a menudo en los libros sobre predicación y aún menos a menudo en los libros reformados. Donde a veces se discute la unción es en los círculos pentecostales/carismáticos, pero más a menudo se aplica a la capacidad de sanar y no tanto a la predicación. Si un hombre o una mujer es «ungido», entonces tienen la capacidad dada por Dios para sanar milagrosamente. Esta unción o ungimiento se convierte en un escudo contra toda crítica, porque, después de todo, el Salmo 105:15 dice: «No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas».

«Unción» no es un término muy conocido. Está relacionado con la palabra inglesa ‘untuous’, que significa grasiento o aceitoso.  Ambas palabras derivan del latín unguo, que significa «Yo unto, unjo con aceite». La Iglesia Católica Romana tiene un sacramento de extremaunción. Esto implica que un sacerdote unge con aceite a una persona gravemente enferma, particularmente si esa persona está en peligro de morir. En el catolicismo romano, la unción es algo que se hace a través del instrumento de un ser humano. Sin embargo, en el protestantismo (en términos generales) generalmente se considera que la unción se hace directamente a través del Espíritu Santo.

Un autor protestante que escribió sobre la unción fue D. Martyn Lloyd-Jones. Tengo mucho aprecio por el buen Doctor (como se le conoce). En la mayoría de los casos, fue un fiel predicador y escritor. En su libro sobre la predicación, Lloyd-Jones definió la predicación como «lógica en llamas, apasionada».  Dijo: «La predicación es teología que viene a través de un hombre que está en llamas (on fire: encendido, inspirado, apasionado)». [1] Ese fuego, según Lloyd-Jones, proviene de la unción del Espíritu Santo. Esto es la unción.

E.M. Bounds describió la unción como «lo indefinible en la predicación que la convierte en predicación».[2] Es algo que llega al predicador no mientras estudia, sino cuando ora. Crea una «disposición celestial» en el predicador.  Bounds dice:

La unción es simplemente colocar a Dios en su propia Palabra y en su propio predicador. Por medio de un hábito poderoso y continuo de oración, la unción es un gran potencial y algo personal para el predicador; inspira y aclara su intelecto, da perspicacia, y capta y proyecta poder; le da al predicador poder del corazón, que es mayor que el poder de la cabeza; y la ternura, la pureza, la fuerza fluyen del corazón por ella. La ampliación, la libertad, la plenitud de pensamiento, la franqueza y la simplicidad de la expresión son los frutos de esta unción. [3]

Según Bounds, no puede haber verdadera predicación sin unción. Si es tan vitalmente importante, uno tiene que preguntarse por qué tantos libros sobre predicación la han descuidado.

Tanto Lloyd-Jones como Bounds entienden la unción como algo especial obrado en el predicador por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo da poder y equipa al predicador para ser la voz de Dios y cuando esto suceda, los creyentes en la congregación seguramente lo discernirán. Los verdaderos cristianos pueden detectar cuando un predicador tiene unción: sentirán que sus almas son dirigidas directamente por Dios.

Sin embargo, debemos preguntarnos si esto es bíblico. En el capítulo de Poder a través de la oración (Power Through Prayer) donde discute la unción, Bounds solo menciona un pasaje de las Escrituras. Menciona Hebreos 4:12 y afirma que es la unción lo que hace que la Palabra de Dios sea «viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos…» [4] Sin embargo, eso no es lo que dice Hebreos 4:12. No es un pasaje que habla de cómo la unción del predicador hace que la Palabra de Dios sea algo. En cambio, está hablando de lo que la Palabra de Dios es objetivamente. La Palabra de Dios es objetivamente viva y activa, independientemente de lo que suceda dentro del alma del predicador. Ningún predicador, ungido o no, hace poderosa la Palabra de Dios. La Palabra siempre lo es en sí misma.          

Entonces, ¿qué dice la Escritura acerca de los predicadores y la unción? En el Antiguo Testamento, los profetas eran ungidos con aceite. Eso los marcaba para su oficio. Ese oficio implicaba ser un medio de revelación de Dios. Sin embargo, no garantizaba que lo que un profeta hablaba era, de hecho, la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento hubo falsos profetas como Sedequías, hijo de Quenaana (1Reyes 22:11). Sedequías inventó una profecía sobre el rey Josafat y el rey Acab destruyendo a los sirios.

Cuando Cristo comenzó su ministerio en Nazaret, mencionó cómo había sido ungido. Cristo fue ungido, no con aceite, sino con el Espíritu Santo. Hizo referencia a las palabras de Isaías 61:1: «El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos». Esto sucedió cuando Cristo fue bautizado. La Biblia lo describe como un predicador ungido por el Espíritu.

Pero ¿hay otras referencias que vinculen la unción y la predicación en el Nuevo Testamento? Si bien no menciona explícitamente la unción o el ungimiento, Hechos 1 describe Pentecostés como un momento en que los apóstoles recibirían poder a través del Espíritu Santo para que pudieran ser testigos de Cristo en todas partes (Hechos 1: 8). En 1Corintios 2:4, el apóstol Pablo refleja esta realidad cuando escribe que su palabra y predicación no «fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder…» Por débil que parezca la predicación, el Espíritu Santo le da poder para que la fe descanse en el poder de Dios y no en la sabiduría de los seres humanos.

Aquí es donde tenemos que hacer una distinción. Por un lado, es de vital importancia que un predicador sea un hombre piadoso lleno del Espíritu Santo. Al examinar a un hombre para el ministerio y al extender un llamado a un hombre, la iglesia debe buscar si este hombre lleva el fruto del Espíritu Santo. No podemos discernir nada más allá de ese fruto externo. Nadie puede ver dentro del alma de otro para determinar si el Espíritu está presente o no. Pero si está presente, da dones a uno, así como a otro. A los predicadores, les da el don de poder llevar la Palabra de Dios clara y fielmente. Podríamos llamar a ese don del Espíritu unción o ungimiento. Pero lo que es importante, es ver que el don está ahí o no está. No va y viene. No es como si un domingo el predicador pudiera tener unción y luego al siguiente no. El don es un hecho. Es una realidad objetiva concedida por el Espíritu Santo, no una experiencia subjetiva que se debe buscar.

Necesitamos distinguir al predicador de lo que predica. Como ya he mencionado, Hebreos 4:12 nos enseña que la Palabra de Dios es objetivamente viva y activa. Esto es importante porque la Palabra en sí misma lleva el poder del Espíritu Santo que la inspiró. En Números 22-24 leemos acerca de Balaam, un malvado hechicero pagano. Sin embargo, el Espíritu Santo dio revelación a través de él. De manera similar, el sumo sacerdote incrédulo Caifás profetizó que Jesús moriría por la salvación de su pueblo (Juan 11:51). Las palabras que habló vinieron del Espíritu Santo. Así que hoy también, podría haber un predicador malvado e hipócrita. El Espíritu Santo no mora en él como lo hace con los creyentes. Sin embargo, si predica la Palabra de Dios, el Espíritu Santo todavía puede usar esa predicación para sus propósitos. Esto se debe a lo que la Palabra de Dios es en sí misma. La Palabra tiene poder independientemente del predicador, y también independientemente de si el Espíritu Santo reside con él.

Entonces, vayamos a la conclusión: ¿debo yo, como predicador, orar por la unción mientras anticipo otro domingo en el púlpito? ¿Debería usted, como feligrés, orar por la unción para su pastor? Ciertamente debemos orar para que el Espíritu Santo ayude al pastor a ser fiel a la Palabra de Dios y claro en su proclamación de ella. La fidelidad y la claridad son lo que realmente importa. Cuando estén presentes (en cualquier grado), el Espíritu Santo obrará entre la congregación.

Como predicador, oro para que el Espíritu Santo obre poderosamente a través de mi predicación para bendecir a las personas con el evangelio. Eso no es algo que pueda ser fabricado o diseñado. Tiene que venir de arriba. Sin embargo, antes de predicar, hay algo más que puedo y debo hacer. En 2Timoteo 1:6, el apóstol Pablo le ordenó a Timoteo: «Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos…» El don está ahí, pero debe ser «avivado».  Hay un mandamiento a que Timoteo (y todos los predicadores) trabajen en el desarrollo del don que han recibido del Espíritu Santo. Esto nos dice que la idea de la unción nunca puede ser usada como excusa para la predicación descuidada, perezosa o exegéticamente irresponsable. Nadie debe pensar que la preparación cuidadosa para la predicación es innecesaria porque, simplemente, podemos orar y luego esperar pasivamente a que el Espíritu Santo traiga la unción.

Finalmente, debemos recordar que las personas en las bancas o sillas pueden experimentar la misma predicación de manera muy diferente. Una persona podría experimentar una gran cantidad de bendición del sermón, y luego tal vez incluso sentirse tentada a exclamar que el predicador tuvo una unción especial ese día. Pero otra persona podría, por cualquier razón, experimentar una cantidad mínima o incluso inexistente de bendición del mismo sermón. Nuestra recepción de la predicación es invariablemente subjetiva y, por lo tanto, hacer que la norma por la cual juzgamos que un predicador esté «ungido» sea problemática. Es mucho mejor enfocarse en la fidelidad y la claridad.                                                                             

NOTAS

[1] Lloyd-Jones, Preaching and Preachers, pág. 97.

[2]  E.M. Bounds, Power Through Prayer (Chicago: Moody, 1979), 97.

[3] Bounds, Power Through Prayer, pág. 95.[4] Bounds, Power Through Prayer, pág. 94.