Reformado = Antirrevolucionario

Mi padre era piloto en la Policía Montada Real de Canadá y, cuando era niño, estaba muy orgulloso de él. En su trabajo, voló con algunas personas famosas (e infames). Probablemente el más famoso de todos fue el Primer Ministro de Canadá. Esto sucedió alrededor de 1980. El primer ministro Pierre Elliot Trudeau se tomó unas vacaciones recorriendo el Ártico. Vivíamos en Inuvik, NWT. A mi padre se le encomendó la tarea de llevar al primer ministro Trudeau desde Yellowknife a varios otros lugares en el Ártico. Pensé que era genial.

Un par de años más tarde estaba tratando de impresionar a algunos amigos en mi nueva escuela en Alberta. Les dije que mi padre había volado con el primer ministro Trudeau. Realmente no le prestaba demasiada atención a la política en ese momento. Recién llegado a la ciudad, no tenía idea de que el primer ministro era enormemente impopular en Alberta. Así que me sorprendió cuando mis amigos respondieron: «Bueno, ¿por qué tu papá no nos hizo un favor a todos y lo tiró fuera del avión mientras volaba?»

Tal vez puedas perdonar ese tipo de sentimientos viniendo de aspirantes aldeanos de 9 años. A medida que crecía, desarrollé un nivel similar de animosidad hacia el primer ministro, especialmente por su amistad con Fidel Castro, su introducción del bilingüismo oficial y el Programa Nacional de Energía. Hoy Canadá tiene a Justin Trudeau (hijo de Pierre) como primer ministro. La hostilidad hacia él entre algunos es igual, si no mayor, que la que existía hacia su padre. Pero también aquí en Australia, hay mucho resentimiento, ira e incluso odio hacia el gobierno, especialmente a nivel estatal.

Es lamentable que estas actitudes estén echando raíces entre los cristianos reformados. Estas actitudes no son bíblicas y no tienen lugar en la vida de los discípulos de Jesús. La frustración es comprensible, pero la falta de respeto no es justificable. En los últimos dos años, he visto expresiones de falta de respeto que van desde insultos hasta pedir el derrocamiento revolucionario absoluto del gobierno. Hay un espíritu rebelde y revolucionario en la sociedad y me temo que muchos cristianos reformados han caído presa de él.

Es bueno volver a nuestra historia y aprender de cómo los creyentes reformados en el pasado vivieron bajo gobiernos frustrantes e incluso peligrosos. Tomemos como ejemplo a Guido de Brès, el autor de la Confesión Belga. Vivió bajo la tiranía del rey Felipe II de España. El rey Felipe consideró que era su llamado promover la fe católica romana erradicando el protestantismo. Las áreas bajo su gobierno, especialmente en lo que hoy llamamos los Países Bajos y Bélgica, tuvieron el mayor número de martirios en el siglo XVI. Como influyente pastor reformado, Guido de Brès estaba en su «lista de los más buscados» y finalmente lo arrestaron y lo ahorcaron.

Guido de Brès escribió otros libros además de la Confesión Belga. Escribió dos libros importantes, uno contra los católicos romanos y otro contra los anabaptistas. Este último se tituló «La racine, source et fondement des Anabaptistes» (La raíz, fuente y fundamento de los anabaptistas). Desafortunadamente, solo una pequeña parte de esta obra ha sido traducida al inglés y eso se publicó en 1668. En este libro, de Brès aborda los errores de varios anabaptistas en seis áreas. Una de esas áreas tenía que ver con el gobierno.

El capítulo sobre el magistrado/gobierno trata específicamente de una enseñanza problemática de Menno Simons (el fundador de los menonitas): su rechazo de la pena capital. Simons argumentaba que, si un criminal se arrepentía y se volvía al Señor antes de su ejecución, ¿cómo podría otro cristiano matarlo? ¿Cómo reflejaría eso el ejemplo compasivo de Cristo, «el Cordero manso»? Y si un criminal impenitente tuviera su vida terminada con la pena capital, su arrepentimiento y fe quedarían así excluidos. Este capítulo en «La racine» es principalmente una polémica contra esa posición, argumentando que los gobiernos tienen el derecho y la responsabilidad de usar la espada para defender la justicia, independientemente del arrepentimiento del criminal.

Tan interesante como es, medité en este capítulo en términos de lo que de Brès escribe sobre la actitud cristiana adecuada hacia el gobierno. Esta sección me pareció particularmente interesante:

Ahora debemos notar diligentemente que San Pablo llama al Magistrado «siervo de Dios» e «instituidos por Dios» siete veces.  El Espíritu Santo quería hablar así, porque sabía que vendrían contradictores en tiempos posteriores, que por su orgullo querrían abolir y aniquilar por completo las autoridades que Dios había establecido para el bien de los hombres. Y cuando dice que los magistrados son ordenados por Dios, es porque ya han sido ordenados por Dios a través de su Palabra en la iglesia de los patriarcas e israelitas. Por lo tanto, se nos lleva a entender claramente que esta ordenanza que Dios hizo previamente con respecto al Magistrado sobre su pueblo se mantiene hoy en día en la Iglesia de Cristo. Estoy hablando del gobierno político en este caso.

Escribiendo a Tito, de manera similar le ordena decir: «Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3: 1-2). San Pedro también enseña lo mismo, diciendo: «Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios» (1Pedro 2:13-15). En el mismo lugar: «Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey» (1Pedro 2:17). Todas estas sentencias apostólicas deben ser consideradas cuidadosamente, porque por ellas vemos que los apóstoles reconocen la autoridad primaria y el poder de los magistrados. En ellos han sido constituidos por Dios con el poder de dar muerte a los malhechores que se les resisten.  Por esta razón, Pablo dice aquí a los de la Iglesia: «Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo» (Romanos 13:4). Por «la espada» el Apóstol entiende el poder de la espada para derramar la sangre de aquellos que lo merecen.

Contrariamente a algunos de los anabaptistas que eran revolucionarios y sediciosos, de Brès mantuvo una visión positiva del gobierno civil. Este punto de vista no era exclusivo de de Brès, sino que simplemente se hacía eco de la enseñanza reformada estándar tanto en los Países Bajos como en otros lugares.

Hay algunas cosas para tener en cuenta en relación con esa cita de «La racine».

En primer lugar, observe cómo está bien fundamentado en las Escrituras. Esto es típico del autor en «La racine» y en sus otros escritos, incluyendo la Confesión Belga.

En segundo lugar, lo que escribe aquí es consistente con lo que apareció anteriormente en el artículo 36 de la Confesión.  «La racine» fue publicada en 1565; la Confesión Belga en 1561.  No hubo cambios en el enfoque positivo del autor hacia los magistrados civiles.  De Brès en 1565 todavía habría estado de acuerdo con su Confesión de 1561: «Además todos, sin importar la calidad, la condición o el rango, deben estar sujetos a los funcionarios civiles, pagar impuestos, mantenerlos en honor y respeto, y obedecerlos en todas las cosas que no estén en desacuerdo con la Palabra de Dios».

La inmutabilidad de su posición se relaciona con la tercera consideración: entre 1561 y 1565, las cosas no mejoraron bajo el rey Felipe II. De hecho, empeoraron mucho. Durante este período de tiempo, de Brès vivía en un exilio autoimpuesto en Francia; era demasiado peligroso para él quedarse en su natal Países Bajos. La tiranía del rey Felipe II y sus subordinados solo se había fortalecido y su persecución era más intensa. Pero, de Brès en este escrito final sobre el gobierno civil, mantiene la misma actitud positiva de honor y respeto que tuvo en la Confesión Belga. Un año más tarde sería martirizado.

De Brès vivió y murió bajo una verdadera tiranía.  Lo que estamos experimentando hoy ni siquiera se le acerca y sugerir que sí lo hace revela una falta de conciencia histórica.  Incluso si uno está convencido de que estamos viviendo bajo un gobierno tiránico, deberíamos tomar nota de «La racine» y la Confesión Belga de Guido de Brès. Ser revolucionario y antigubernamental no tiene nada que ver con la Biblia. Si quieres ser reformado (es decir, «bíblico»), entonces sé antirrevolucionario. Sé contracultural: respeta a tu gobierno y ora por ellos, tal como las Escrituras nos enseñan a hacer.

Traductor: Valentín Alpuche